Nota de Lectura Casas - Poissant

A partir de la lectura de los distintos cuentos de Casas, los cuales se explayan y complementan dentro de la figura central de varios personajes, podemos establecer a un narrador que, casi en todos sus momentos se desarrolla en primera persona protagonista. Todos los hechos se cuentan desde la percepción de este, y existen una serie de elementos que se repiten en todos ellos. Primero que nada, “Los Lemmings” parece ser quizá una representación del tiempo transcurrido en la vida de las personas a través de sus personajes, ya que arrancamos con Andrés Stella de niño, y, luego de adolescencia, adultez y un acercamiento distante a la vejez, nos encontramos con el úlitmo cuento que nos pone enfrente a un hombre de 75 años, ya consumido por el tiempo y mirando con melancolía aquello que ocurrió en el pasado. “El Ocio” queda en el medio de esta línea de tiempo, y nos pone en vínculo entre algunos de los personajes que en el primer texto nos quedaban desencajados (Andrés y Sergio, y con ellos todo el resto de amistades detrás).

El epicentro de todas estas remembranzas es el barrio de Boedo (de donde es además Casas), y las desventuras se extienden hasta Caballito, o incluso Pompeya, Constitución o el Centro. Es muy común el uso de elementos descriptivos propios de la ciudad (como lugares específicos o calles), y junto a ellos menciones constantes de muestras artísticas de época (literatura y música, sobre todo, las cuales se suelen poner en jaque cuando se discute sobre lo nacional y lo extranjero). No hay narraciones dadas sobre períodos cortos de tiempo (siempre se está yendo hacia adelante en el tiempo cada no más de un par de páginas), y también se cuentan anécdotas que complementan la narración (hayan ocurrido antes o después de lo que se esta desarrollando). El uso y abuso de sustancias y la falta de rumbo en la vida de los personajes encapsula concretamente la imagen de “rebeldía” adolescente, situada entre los setentas y los ochentas, en un ámbito de clase media que se acerca más a la pobreza que a la riqueza, y que se encuentra en múltiples ocasiones con acontecimientos delictivos.

En “El Ocio” se propone una idea interesante por parte del narrador en un principio: este y los otros dos miembros de su familia viven en la misma casa, pero en mundos diferentes e inentendibles para los otros. Sobre el final del cuento los roles entre su padre y su hermano se invierten, y él sigue tal como empezó, sugiriendo que más allá de todo lo hecho anteriormente, y lo sucedido en consecuencia, no progresó o cambió en absolutamente nada. Los personajes se desarrollan en torno a memorias (generalmente negativas, o al menos “no positivas”) de las que hablan los personajes y que estructuran lo que se dice. Todos los protagonistas poseen un pasado, o conviven con un presente conflictivo, lo que los lleva a definirse, en cierto punto, como caóticos. Parecería ser como si, por momentos, Casas estuviese hablando de sus propias experiencias personales, pero escondiéndolas detrás de las conjeturas formadas entre la lectura y su efecto, para así narrar sin filtro y sin absoluta vergüenza.

 

Si nos vamos ya a Poissant, encontramos una lectura un poco más estilizada, con personajes que te dejan muchísimo menos que ver y analizar, pero que por medio de esa sutileza pueden tal vez ser menos agotadores a la hora de expresarse emocionalmente. Los relatos aquí ya son más actuales, con un cambio brusco sobre ciertos objetos, aparición de otras situaciones no tan contempladas (sexualidad, enfermedades de transmisión sexual, aceptación social), aunque comparten con los de Casas una fragmentación estructural en términos familiares. “El Hombre Lagarto” parece anteceder a “El Cielo de los Animales”, mostrando el quiebre del protagonista con el resto de su familia, por no saber comprender las diferencias de la forma de ser de su hijo. Se le pone en cara la oportunidad de reflexionar, viendo como el padre de su amigo no aprovechó para remediar las cosas con él, o, mejor dicho; su amigo no las quiso solucionar. Y más tarde, lo vemos caer en despecho por no conseguir esto, y no ver a su hijo nunca más ya que este falleció.

Toda esta historia se encuentra localizada en los Estados Unidos, más concretamente entre Florida y California. No hay referencias a material artístico como en los textos de Casas, y lo que se cuenta parece un poco más ordinario; con algo menos de personalidad. Los personajes se construyen a partir de sus relaciones con el infortunio, sin importar necesariamente de donde provenga este. La mayoría de las páginas se narran durante viajes en carretera en auto, los cuales llevan a Dan a recordar todo tipo de cosas de su pasado. La inflexibilidad y lo viejo, lo “chapado a la antigua”, choca con lo novedoso y más “open-minded” que representan padre e hijo, respectivamente. La situación se cierne sobre, nuevamente, sobre ciudadanos de clase media, pero más cercanos a lo humilde que a lo acomodado, y plantean así la idea de un estrato socioeconómico que vive bien pero que padece de limitaciones (el llamado a la ambulancia, por ejemplo).

Los narradores que Poissant elabora en los textos son dos distintos: en “El Hombre Lagarto”, hay uno en primera persona, el cual es protagonista. Nos cuenta todo lo que sucede, pero siempre siendo esto definido por él, como en los cuentos del autor anterior. En “El Cielo de los Animales”, en cambio, surge alguien que narra en tercera persona, y que nos cuenta todo lo que sucede por la mente de Dan, pero sin necesariamente saber lo que pasa con el resto de personajes. En el primer caso, el protagonista parece estar siempre algo confundido, como perdido en lo que ocurre fuera de sí, hasta que en el final comprende que debe hacer (por más que luego no ocurra). En el segundo caso, la claridad del narrador es total sobre lo que ha de intentar, y termina como empezó el otro, confundido por no haber llegado, y frustrado, pero no necesariamente enojado.

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