Transposición (relato escrito a partir de algo contado por otro) - Relato Propio #11

El otro día, en una clase como cualquier otra, ocurrió algo desconcertante, improcedente; totalmente fuera de lugar. Pero al mismo tiempo fantástico, emocionante, y también curioso al extremo. De hecho, tan interesante era, que a ningún otro de los alumnos les resultaba atractivo oírlo, excepto al que lo producía. Por primera vez en la vida, uno de mis alumnos (el cual ni siquiera lo era en un principio), no le resultó en absoluto divertido lo que les había dicho a los nuevos estudiantes como él, y me lo expresó, en la cara, sin rodeos. Es muy raro que alguien te cuestione, no solo siendo profesor, sino luego de elaborar un primer contacto con un nuevo grupo. Pero en su mirada había tanta displicencia; tanta intensidad de desafiar y de ser desafiado por algo o alguien que ni se molestó en ser cortés. Simplemente agarró y dirigió su mayor desacato emocional hacia mi persona, y probablemente haya sido de las cosas más únicas que alguna vez vaya a presenciar.

Honestamente, creo que sorprendí a mi nuevo profesor el otro día. Me habían hablado de él: mis amigos me contaron que daba ideas muy interesantes; que jamás nadie se había arrepentido de cursar con él. En ese mismo momento me encontré ante la oportunidad perfecta para probar mi punto. Llegué ese día al aula y me senté, paciente de la llegada del docente. Al encontrarse en ya dentro de la sala, inició su monólogo introductorio, al que observe con cierto escepticismo. Todos mis compañeros, con una mezcla de admiración e incomprensión asociada a la creencia de excelsitud que percibían del que ejecutaba el habla. Al finalizar, todos quedaron impactados frente a aquello que recibían como extraordinario. Yo, por el contrario, lo miré con suma indiferencia. En ese momento dirigió su mirada a mí, como esperando algo. Lo único que me importaba en ese momento era que dijera algo; que demostrara su falta de felicidad al no darle la satisfacción total de la clase.

- ¿Hay algo que no te haya gustado de lo que dije? – me preguntó, ligeramente molesto.

- Francamente, casi todo – le respondí-.

Y así empezó una serie de verborragias algo imprudentes, pero que probaron mi punto a la perfección: a alguien al que nunca se le demostró que puede estar equivocado jamás se le va a pasar por la cabeza que lo está.

El otro día tuve mi primera clase de un seminario llamado “la comunicación y su sistema de redes inhumano”. El profesor, al cual ya había tenido en otras clases, era probablemente de los mejores que tuve en mi vida, y tenía altas expectativas en esta ocasión, como en todas las anteriores. Me desperté temprano, desayuné y me fui a tomar el 307 para ir a la facultad. Al llegar, me di cuenta de que faltaban aún diez minutos, por lo que fui hasta el kiosco y compré una botella de agua para la clase. Ya llegando a la clase, tomé asiento y me senté, esperando la llegada del docente.

- Buenos días alumnos, y bienvenidos a la primera clase de este corto seminario que seguramente les va a fascinar – dijo al llegar este.

La explicación duró unos quince minutos, y al terminar nos consultó si teníamos preguntas. Todos estábamos fascinados por lo que dijo, a tal punto de que múltiples sonrisas desembocaban de los rostros de gran parte de los presentes. Algo destemplado, el profesor se acercó a un pibe que no parecía estar muy contento y le preguntó si tenía algún problema con lo mencionado previamente, a lo que la contestación que recibió probablemente la mayor muestra de desobediencia que vi en mi vida. Nunca pensé que alguien podía ser tan desagradecido con una persona que gasta su tiempo en impartir una clase, por lo que muchos de nosotros pretendíamos ignorar (incluso desfavorecer) lo que decía este malnacido. Nos fuimos de la clase furiosos, y con ganas de que jamás alguien así retornara al seminario. Siempre nos enseñaron que los alumnos no deben faltarle así el respeto a un profesor, y hoy nos probaron que tal vez nos estábamos faltando el respeto a nosotros mismos.

- Pérez, ¿no? Quédate un segundo, tengo que hablar algo con vos.

- ¿Algún problema?

- No, no te preocupes. Bueno, en realidad desacreditaste toda mi clase en cuestión de media hora. Le sacaste el mérito a aquello que pudiera tenerlo, y desarticulaste cualquier motivo para que este seminario se pueda dictar. Ahora, ya no tiene sentido darlo.

- ¿Y eso no es un problema?

- No, no lo es. Aunque, pensándolo bien me pueden llegar a quitar la clase, y por ende la paga de esta si los alumnos dejan de concurrir, y si yo me rehúso a dar clase pueden sacarme más que eso. No se si tengo ganas de venir a la universidad de nuevo, para serte sincero.

- ¿Y te sentís mal al respecto?

- No exactamente. Solamente no puedo mirarme nuevamente en un espejo de la misma manera; no puedo ver el mundo como si siguiera pareciéndome algo superficial, simple y agresivo a lo externo. Ahora todo se pone de cabeza y vuelve, y me produce mareos constantes.

- Bien, eso significa que estás pensando, para la clase que viene quiero que pienses acerca de como la vida parece tan cíclica, pero tan solo lo es porque nosotros lo decidimos, como vimos hoy, y lo cuentes en la clase.

- Pero eso me haría cuestionar para qué me podría levantar, desayunar, vestirme y venir varios días a la semana, a este mismo edificio, del cual ya no se si deseo olvidarme o no. No me generaría pensar en eso más dudas y temores.

- De eso se trata todo esto, Antonio, de entender que la vida te engaña, te desprecia, te quiere, te busca y no te suelta. Y la vida es una mierda a veces, eso es seguro.

- Sí, eso es seguro.

- ¿Nos vemos el jueves que viene entonces?

- Sí, bien.

- Perfecto, buen fin de semana.

- Igualmente.

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