Piglia - Nota de lectura "nuevas tesis sobre el relato"
Según Piglia en sus “nuevas tesis sobre el relato”, existe una cierta
falta de congruencia entre el inicio y el fin de un cuento. En un principio,
los comienzos suelen ser muy precarios o poco creíbles respecto a lo que
posteriormente se puedan convertir. Solo hace falta encontrar un indicio del
final dentro de esa construcción para que se desarrolle el cuento, a lo que se
refiere Kafka. Se trata de la existencia de un secreto que aparezca en el
momento indicado para ser revelado y que se sepa esperar, para así generar el
efecto esperado. Piglia habla primero del ejemplo de Chuang Tzu para definir
bien esa situación de espera y tensión, en la cual el protagonista se demora en
la producción de un dibujo, y revela la falta de capacidad de definir
socialmente los plazos que posee el arte (en cuanto tiempo debería realizarse
este), y que el relato pasa por momentos de extrema variabilidad en cuanto a la
velocidad y el movimiento. El punto de vista Kafkiano de esta historia nos
lleva a la idea que aparece casi al final de las nuevas tesis, la cual expresa
que el autor al realizar su obra le dedica su vida, al punto en el cual se
vuelve parte de esta, y no existe un punto de definición sobre cuando la misma
se concluye.
Lo que Piglia nos cuenta respecto del relato de O’Connor es la situación
relativa a la expectativa. Al aparecer este secreto que se espera y resulta en
un final, la expectativa de lo que nosotros creemos que pueda ocurrir se vuelve
totalmente inesperada, que es el cometido del cuento en sí. Al ir leyendo, los
personajes van resolviendo una trama que creen que es la verdadera, para luego
encontrarse con otra historia que los pone en jaque y les hace darse cuenta de
que fueron engañados completamente. Ejemplos como los de O’Connor (con la
anciana que cree que al casarse su hija se librará de ella y no sucede), o de
textos de Borges mencionados en los que sus personajes sufren de la misma
problemática (como Lönnrot, el cual comprende tarde la telaraña que teje
Scharlach) nos demuestran que los actores dentro de los cuentos creen que al
tomar ciertas decisiones ocurrirán determinadas consecuencias, y eso los lleva
a otras totalmente distintas que tal vez los perjudiquen.
Aquel que escucha la historia es el que mantiene viva la posibilidad del
relato. A esto Borges se refiere cuando dice que ve a la narración como algo
que gira sobre “oír un relato que se pueda escribir, escribir un relato que se
pueda contar en voz alta”. El que escucha se encarga de mantener a la historia
en su punto incomprensible y confuso hasta que aparece el secreto que le otorga
sentido y clarificación a lo que se está escuchando. En sí luego Piglia
establece una relación entre la narración que tiene a la percepción errada y
lectura de signos incorrecta con la fatalidad que representa el hecho de que la
historia finalice. En ese punto es que nos introducen a la bilateralidad del
fin dentro de la literatura y en la vida real. Solo en la primera se puede
generar una impresión más allá del fin, ya que en la segunda se practica para
los finales; se introducen formas de limitar la duración de las acciones.
Siempre aquel que lee o escucha la historia espera que de ella salga
algo inesperado; que también puede llegar a ocurrir con el autor, como bien nos
explican en el caso de Bergman. El relato, sobre el final, muestra un cambio de
ritmo que le produce ese suceso inesperado. Dependiendo del autor, podríamos
vivir esa historia desde puntos de vista diferentes (las tres mujeres con el
autor original, la cuarta mujer con Kafka). Lo inesperado, como ya mencionamos
antes, se da por medio de una espera, de aguantar el relato hasta el punto
donde nadie se lo vea venir. Borges y su narración sobre un sueño donde ve a su
amigo raro para luego descubrir la garra de pájaro es el ejemplo más claro de
esto.
También hay historias donde aparecen, incluso, narradores que no se
comprendían dentro del relato, y que muestran una situación impensada respecto
del que se creía que estaba narrando hasta ese momento. El Martín Fierro,
analizado por Borges, nos muestra como a partir de que llega este nuevo
narrador se nos sitúa en la posibilidad de un final abierto, marcado por la
tristeza del fin, pero que no nos da certezas de que ocurre concretamente con
nuestro protagonista. En Emma Zunz ocurre lo mismo, solo que el que pasa a
contar la situación nos pone en duda las intenciones de Emma al razonar sobre
los actos que comete, y los que cometió su padre y su posible similitud. Así es
como hay historias que están construidas en base a las pautas puestas por estos
narradores, los cuales solo salen a la luz en el final, a pesar de su constante
juego en los relatos.
El Aleph, en este caso, lo define Piglia como un texto que posee un
universo en miniatura el cual está constituido por un acontecimiento que se va
modificando con el tiempo: es una construcción de un proceso técnico, por el
cual se llega a construir una duplicidad narrativa para escribir un cuento,
como se habla de Borges y su posible versión del texto de Chuang Tzu. Lo
secreto y su revelación inesperada, sumado a la construcción y posterior
muestra de la forma es lo que le da criterio a la literatura. Cómo hacer que la
confusión y lectura errada del lenguaje no se vuelva una falta de interés a la
hora de la lectura, o de qué manera mantenerse del lado correcto de la línea
entre momentos de gran variabilidad de velocidad y exageración innecesaria
serían un par de buenas preguntas, teniendo en cuenta sus aspectos, en algunos
casos, poco congruentes.
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