Desasosiego Creativo - Relato propio #8
Estaba haciendo calor, el sol le estaba quemando la nuca. Me obligaron a
empezar a escribir este texto usando esta frase; honestamente no la hubiese
usado jamás si tuviera elección. Y mucho menos otras que tenía a disposición.
Bueno, eso último en realidad no debería agregarlo, mejor lo quito. No, no
hacía calor, más bien hacía frío. Uno muy intenso. Y el sol más la brisa polar
le producían quemaduras en la piel. Había estado caminando durante días por ese
lugar.
Los autos pasaban a toda velocidad, casi como derrapando en el pavimento
casi congelado. Así le gustaba imaginárselos cuando pasaban por la ruta, como
en una carrera de verdad o una película. En vez de eso, los pocos vehículos que
circulaban lo hacían a una velocidad muy prudente, como si el mínimo
descarrilamiento pudiera llevarlos a un destino fatal (tal vez no se
equivocaban). Pasó uno y se acercó a él. Le preguntó acerca de cierto lugar al
que iba, y le contestó para donde debía ir.
- Hace frío – le dijo el conductor.
- Ni que lo digas – le contestó.
Le agradeció y siguió manejando. El camino se hacía más y más angosto,
al punto que pasar a pie se volvía tedioso, teniendo que ir por la banquina.
No, esa última parte no me gusta mucho. La voy a dejar porque no se me ocurre
nada mejor, pero en cuanto piense en algo lo borro. La nieve ya le llegaba casi
a los talones, y el calzado era poco apropiado para la ocasión. Lejos de
sentirse agotado, empezó a pensar en lo que restaba para llegar a algún pueblo
en el cual estar un par de días. Quería tomar y abrir su mapa en busca de
orientación, pero tenía miedo de que al hacerlo se le volara de las manos.
Al pasar por debajo de un río, notó que se divisaba un velero desde su
posición. Se preguntó que hacía ahí si el agua estaba prácticamente congelada. No
le dio mucho lugar en su mente, y continuó con su andar. No se que podría
escribir respecto del velero, no le encuentro mucha salida a esa idea. Mejor
vamos con algo distinto. A lo lejos, se veían unas luces algo tenues, y la carretera
encontraba a una calle secundaria, en lo que parecía una intersección. En ella,
se topó con un pequeño café. Como era de esperarse, poco consideró el sí entrar
o no.
Se sacó el gorro, y abrió el cierre de su abrigo. Se sentó en una mesa,
lejos de la ventana (poco le interesaba seguir viendo el paisaje blanco del
exterior que ya tenía contemplado en detalle), y llamó a la camarera.
- Hola, ¿Qué desea? – le preguntó.
- Un chocolate caliente y unos huevos revueltos, por favor – respondió él.
- ¿Con panceta?
- No, no quiero, gracias.
La dama se retiró hacia la barra a pedir lo solicitado a la cocina. Me parece
un poco estadounidense esta última parte, no sé. No es que esté mal, solo que
es ligeramente extraño. Recuperando una temperatura corporal agradable, tomó un
ungüento de su mochila y se lo colocó en las partes de su cara que estaban
quemadas. Luego, tomó una revista de un estante que había y se dedicó a esperar
lo que pidió.
En cuestión de unos diez minutos, la camarera llegó con la orden a la
mesa. Él le agradeció, y tomó un sorbo de chocolate. Estaba algo raro, no como
otras veces, pero creyó que era como se hacía en ese lugar. Comenzó a sentir
como un calor intenso le ardía, y luego le paralizaba el cuerpo, quedándose sin
poder moverse. ¿Qué es esto? Yo no planeé este escenario. ¿Por qué se paraliza?
¿Y por qué no puedo borrar nada de esto? Se quedó inmóvil en su asiento, hasta
que dejó de pensar, para siempre. A eso llegó la camarera, que arrastraba una
carretilla, y lo puso a él dentro para llevarlo atrás del café. Lo metió
adentro del tacho de basura; le quitó antes su ropa de abrigo y se la puso.
Salió del lugar, y se dispuso a caminar, hacia donde seguía el camino, cruzando
la intersección.
Ahora vos vas a seguir caminando hacia la nada, y yo me voy a quedar
narrando hasta que no puedas más, o hasta que me canse de contar. Sí, me gusta;
al otro no le venía una bien.
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