Autobiografías - Preguntas

Dentro de las autobiografías leídas, no se encuentra ninguna que no describa, más allá de poseer particularidades, algún escenario que tenga significativa relevancia en la vida de sus autores. La forma tradicional a la que uno se encuentra acostumbrado dentro de lo que es una autobiografía, aparece en algún punto en la mayoría de los autores. Algunos cuentan su historia desde sus comienzos, y otros a partir de una anécdota de su vida adulta que nos conduce a momentos importantes de las vidas de los entrevistados. La autobiografía que más se desvía de la forma típica del género es la de Dámaris Rolón, no solo por no parecer, en principio, que está hablando de ella misma; además, nos presenta cinco escenarios, los cuales en un principio parecen diferir uno del anterior para luego formar una amalgama de cómo se fue desarrollando una única situación (la llegada al nacimiento del ahijado de la narradora). Otras autobiografías poseen elementos no muy comunes a la hora de hablar de una autobiografía (como Sylvia Molloy cuando empieza su texto explicando un sueño recurrente que no nos habla de quién ni cómo es el narrador, o Alberto Laiseca, que empieza por explicar que por más que lo intente, no va a escribir con total sinceridad su autobiografía), pero no lo suficiente como para pensar que difiere de lo considerado “canónico” en el género.  

En el caso de Tizón, este produce un texto retrospectivo, que hace énfasis en su niñez y juventud. El narrador se encarga de mirar aquellos tiempos con cierto gusto, o al menos más del que tuvo en su vida posterior. Nos explica así aspectos de su demografía familiar, para desarrollar conductas y situaciones relativas a los mencionados orígenes como costumbres, experiencias del narrador, etcétera (“De mi abuela recuerdo su perfil aguileño, el color cetrino de su piel -la memoria enriquece y empobrece- sus ropas oscuras y sus consejos indirectos: en el cocido no debía haber cerdo, que es cosa de marranos, puesto que un cristiano viejo lo era sin más, sin tener que aparentar”). Luego de hablar de dicha época con cierto brillo, se olvida de ella para decir, en pocas palabras, lo gris de su adultez por cierta desilusión inicial (“Mis derroteros, mis dos caminos quedaron trazados, y comencé a morir, lentamente, hasta hoy”).

Laiseca nos cuenta en principio lo ya mencionado previamente; que en este género no se puede hablar con total sinceridad (“O porque calla algunas cosas o porque transforma otras” …” No solo uno silencia defectos: también virtudes”) debido según él a la inseguridad del ser humano. Nos explica que tuvo una vida económicamente limitada, y, por ende, se vio obligado a tener experiencias nefastas con aquellos con los que debía compartir habitaciones de pensión (“Muchas veces la culpa no fue ni de ellos ni mía, sino que los roces eran el resultado inevitable del hacinamiento”). A raíz de estos conflictos y del estado derruido de donde vivía (el cual lo relaciona con un sentimiento incipiente por haberse quejado del mismo que lo situaba en un impensado erotismo) nos introduce finalmente a su experiencia literaria, relacionada a la adversidad.

Soriano toma como elemento central (un animal, el gato) para construir su mirada de su vida. Primero a partir de su primer libro, luego de los gatos que se encontró durante su vida y las consecuencias que aquellos produjeron (“En París, mientras trabajaba en El ojo de la Patria, en un quinto piso inaccesible, se me apareció un gato equilibrista caminando por la canaleta del desagüe”) y luego nos cuenta como los coloca en sus historias, y que les produce (“Tuve uno llamado Peteco que me sacó de muchos apuros en los sufrientes días en que escribía A sus plantas rendido un león). Incluye todos los de aspectos en su vida, y en ellos, a los gatos. Incluso en el final, nos cuenta que no posee biografía, y que los propios gatos la harán cuando él haya muerto, quizás dándole a ellos un criterio de que cada uno de los cuales se encontró estuvieron en un momento importante de su vida, incluyendo su final, y formaron los diferentes capítulos de su existencia.

Uhart utiliza un enfoque basado en hablar desde lo que le resulta cómodo; lo que le es verosímil desde el punto de vista de sus gustos y personalidad. Explica también aquello que no le resulta agradable (“Me gusta viajar, pero volar es un suplicio. ¿Cómo voy a volar si no tengo alas?”), y además se expresa de forma desinteresada por todo aquello que no le resulta interesante, sin dudar que su propio juicio pudiese ser erróneo (“En ese sentido soy muy prejuiciosa: si pienso que algo no me va a gustar, no lo leo”). No aparece en sí algún indicio que nos diga que a Uhart le interesa lo que piensen los demás de su forma de ser; es cómo si le estuviese contestando a Laiseca respecto del primer párrafo de su autobiografía, además de usar un tinte mayormente positivo a diferencia del más sombrío de su colega, fijado quizás a las experiencias de vida de ambos (“pero sí creo en que debemos tratar bien a los que tenemos cerca y en que todas las personas tienen derecho a momentos de placer, alegría o como se llame: debemos tratar de no amargar a nadie”).

Molloy se posiciona dentro de su autobiografía en su ida de la Argentina, y cómo aquello genero discordancias entre distintos lugares que ella transitó, sobre todo respecto al tiempo pasado (“Me impresiona pensar que tengo la edad que tenía mi madre cuando me fui de casa, cuando me le escurrí de entre las manos para vivir mi vida”). De a poco, comienza a hablar de cómo este cambio le suscitó un sentimiento de una vida alternativa que sí ocurría en su lugar de origen, como si sintiera que dejó atrás algo que no deseaba dejar en realidad. Luego, profundiza hacia su madre y su trabajo (¿“Qué sentido tendrá que el primer libro que escribí en inglés haya sido un libro sobre autobiografías?”), dejando en el lector una imagen de que comenzó a rechazar ciertos aspectos de su vida en relación a su país de origen con el propósito de no sentirse afectada por aquella fragmentación con la que se relacionaba. A raíz de estos intentos de quedar dentro de una sola esfera de su existencia, nos cuenta que sus memorias se trastocaron con la realidad de su presente (“no es que me olvide de las cosas, es que recuerdo de manera diferente: como si mi memoria hubiera cambiado de retórica y necesitara una nueva escritura”).

Kociancich nos habla desde un lugar más familiar, incluso que Tizón, compartiéndonos puros detalles como si literalmente nos contara la historia de sus antepasados, y no de ella, al menos durante la mitad (o incluso más) de su texto (“Crecí en una guerra de mujeres” … “Las Kociancich eran de una belleza exangüe, con su delgadez crónica, su pelo claro, sus ojos grises de muñeca. Las Correa eran morochas, de inmensos ojos negros, impetuosas, audaces”). La autora se expresa como parte de un conjunto de historias e ideales tan contrarios como inusitados, pero también en convivencia permanente, y refleja algo parecido al hablar de la ciudad de Buenos Aires cuando la describe como una ciudad que lleva a otras, pero que tiene situaciones inusuales (“la marginal de mi primer empleo, en una agencia de automóviles cerca del Botánico, de la que me echaron mis jefes, buenos muchachos, antes de caer presos”). Se ven contextos similares a los de su confuso nacimiento, y su desaparición posterior dos años más tarde, cuando relata sobre su posterior ida a Europa, y como esta le genera un sentimiento de descompensación respecto a su país de origen (“No tenía plata para pagarme un taxi en Buenos Aires ni una cena en Bachín, pero en Europa me alojaba en los grandes hoteles, comía en los mejores restaurantes y tomaba mi copa de champagne en la ópera de Viena”).

Piglia maneja, a partir de una anécdota que cuenta cómo empezó su camino por el mundo literario, la puesta en escena de dos lugares distintos (La Plata y la Ciudad de Buenos Aires) para desarrollar una situación en la cual él era tanto partícipe como espectador. La primera, ya que vivía en dos lugares casi a la vez, y empieza a interactuar con ambos espacios (“Tenía la vida dividida, vivía dos vidas en ciudades como si fuera dos tipos diferentes, con otros amigos y otras circulaciones en cada lugar. Lo que era igual, sin embargo, era la vida en la pieza de hotel”). El autor comienza así a desarrollar la vida en ambas locaciones, para luego explicar su situación de receptor de dos mensajes; uno de una mujer, y otro de un hombre, que se mandaban cartas desde, pudiendo suponer, las dos “casas” entre las que se movía Piglia, y a las cuales el accedió luego de inspeccionar los placares que eran similares entre sí. Obviamente la respuesta del autor es de sorpresa (“La única explicación que tengo es que yo estaba metido en un mundo escindido y que había otros dos que también estaban metidos en un mundo escindido” … “por esas extrañas combinaciones que produce el azar, las cartas habían coincidido conmigo”). Finalmente, se puede pensar esto junto con que el autor refiere a la permanencia de los lugares y la gente relacionada a sus viejas residencias en el presente, como dando a creer que lo pasado siempre se mantiene, de alguna forma, en el presente.

Walsh empieza comentado, como otros previamente, su infancia, su familia, y su desesperanza y de su entorno durante mucho tiempo de su vida por creerse menos que otros en su campo. Incluso critica sus comienzos en carácter de infante, aunque parece entrar en cierta confianza al terminar el colegio (“Mis primeros esfuerzos literarios fueron satíricos, cuartetas alusivas a maestros y celadores de sexto grado. Cuando a los diecisiete años dejé el nacional y entré a una oficina, la inspiración seguía viva, pero había perfeccionado el método: ahora armaba sigilosos acrósticos”). Luego de esto comenzó su período de desilusión respecto a su competencia con la literatura mencionado previamente, y que utiliza para construir su texto como medio para pasar a explicar que sus experiencias por el mundo, y una decisión arbitraria lo llevaron a ser escritor. A pesar de hablar de sus dudas e inseguridades, pasa a describirse como lento, lo que se contradice, o tal vez el autor toma ambas palabras como sinónimos. Y cierra con una frase que contempla la gran mayoría de lo que expresa en sus líneas (“pienso que la literatura es, entre otras cosas, un avance laborioso a través de la propia estupidez”).  

Rolón como dije anteriormente, utiliza una anécdota que cuenta el desarrollo de cómo se volvió madrina para ilustrar su autobiografía. El texto se distribuye en cinco episodios, los cuales hablan de espacios distintos pero interconectados entre sí. Desde el desconcierto de conocer la noticia, hasta un episodio de una posterior muerte, la autora refleja más emociones que momentos cumbre de su vida (en todo caso, de la otros con respecto a la suya), lo que la separa de las demás autobiografías. Todo esto hasta que aparece el primer momento donde enlaza ambas situaciones, dando a entender el enfoque que quiere dar (“Los roles se invirtieron y por un rato tú fuiste niña de nuevo y yo fui adulta”). Desde ahí, la autora describe tanto el camino de su abuelo hacia el deceso y la situación en la que se produce el parto de su conocida, ambas en las que la narradora se describe con miedo e incertidumbre, hasta que se da el momento culmine (muerte y nacimiento). En el último episodio del texto, ambos relatos aparecen juntos, y se resuelven en una suerte de resiliencia que la narradora consigue a partir de entender que, la vida no necesariamente termina donde ella creía, o que, al menos, podía volver de otra forma (“Eso fue hasta que te despertaste llorando y te alcé. Me miraste y te alcé. Me miraste y entendí. Entendí todo”).

Leal-Marchena, por último, utiliza (como ya había hecho Soriano, pero no de forma tan identificativa al quizás ser un objeto y no un ser vivo) un objeto cotidiano, en este caso la mesa, para narrar su autobiografía. Empieza así a enumerar un conjunto de memorias que posee a partir de haber ocurrido en una mesa que ella posee (“Pero desde que llegué a la Argentina, hace unos catorce años, la mesa pasó de la cocina de mi abuela a la mía y acá sigue desde entonces. Por lo tanto, fue en esta mesa, o al lado de ella y por qué no sobre ella, que paso mi vida”), siendo estas los pilares que van construyendo el texto. Ya sea que describa situaciones con amigos, familiares o referidas al estudio, el cual enfatiza como poco satisfactoria o compleja (“O una tarde de lunes, intentando estudiar los alcanos, alquenos y alquinos con mi mamá” … “O una mañana de domingo estudiando a mi amigo David Ricardo con mi papá y un mate de leche”), lo cual va a dar pie a la parte final del anteúltimo y el último párrafo, parece ser, a diferencia de la mayoría de las otras autobiografías, tener un estilo mucho más simple, mucho más sencillo a la hora de contar su historia. De esa manera nos conduce, finalmente, al motivo por el cual está escribiendo el relato (y el único que explícitamente lo cuenta), y que lo introduce desde un sentimiento negativo de indecisión (“Los llantos, todos los malos momentos, incluida la crisis al momento de elegir una carrera, y darse cuenta de que uno no tiene vocación”) lleva al lector a una sensación de estar viendo una de esas películas donde el actor se dirige y mira directamente a la cámara, y nos cuenta su verdad sin ningún escrúpulo.

Si hablamos de recursos o procedimientos dentro de los textos que sean de bastante interés, tomaría la profundización sobre el inicio que hace Laiseca antes de empezar a hablar de sí mismo, ya que con el primer párrafo intenta expresar su idea, pero con el segundo al cual hago referencia logra meter al lector (incluso provocándole incomodidad y haciéndolo pensar en sus propios defectos) en su idea, y hacerlo coincidir debido a cómo es nuestra sociedad en términos de autocrítica.
“Sobre todo porque la gente es rara y uno también: lo que uno ve como virtudes los demás tienen por graves defectos, y defectos propios (que para uno son clarísimos) que los demás, si los supieran se quedarían lo más frescos (pero uno se moriría de vergüenza): ¡Qué humano es por esos defectos!, dirían, como si no tenerlos no fuera también muy humano”.

Otro recurso que me resulta curioso es de Piglia, el cual usa todo el relato, pero más aún cuando describe las piezas en las que vivía para generar una idea de transitoriedad; de ir y venir, como si todos fuéramos, dentro de la ciudad (o ciudades) personajes pasajeros que dejan su rastro para luego otro lo encuentre, y que se puede ver durante el texto varias veces.

“Los pasillos vacíos, los cuartos provisorios, el clima anónimo. La sensación de estar siempre de viaje. Vivir en un hotel es el mejor modo de no caer en la ilusión de tener una vida personal, de no tener quiero decir nada personal para contar salvo los rastros que dejan los otros”

La biografía que más relevante o atractiva me resulta, entre todas las descriptas, son dos: si hablamos de la forma, de cómo está escrita, y de la poco ortodoxa circulación que lleva a medida que se va desarrollando, me quedaría con la de Rolón. No necesariamente parece una autobiografía, y si no tuviese aquellos momentos de realización individual y no me dijeran a que género pertenece, jamás la concebiría como tal. Pero posee cierta frescura respecto a otras que le otorga mucho mérito, además de tener una carga emocional que complementa en vez de restar. Si hablamos de cómo se utiliza el lenguaje sin importar tanto cómo se cuenta el relato, me quedaría con la de Laiseca, ya que es de las pocas en todo el conjunto de textos en el cual se siente la dejadez que cuenta el autor; sus palabras llegan a superar el papel para pasar a estar frente a los ojos de uno y volverse una imagen que refleja el malestar que superó el narrador por años, quizás décadas. Todo esto usando un formato de escritura medianamente sencillo; bastante ortodoxo.

Entre lo que tomaría para escribir una autobiografía propia estarían lo mencionado previamente de Piglia y su “transitoriedad”, el enfoque más desinteresado frente a decir o no las cosas, ya sean vistos como defectos o virtudes que usa Uhart, y posiblemente la ida hacia ilusiones sin salida, que por un punto desea, pero a la vez rechaza por miedo de haberlas abandonado anteriormente o por rechazo gracias al acostumbramiento a su nueva vida que produce Molloy.

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